lunes, 21 de marzo de 2011

Cuando los regios tomamos las calles: Simi Carrera (20.03.2011)

Durante los pasados meses, de manera consciente, aunque por momentos la espontaneidad de lo incontrolable se cuela por los recovecos de mis neuronas, he estado observando y analizando lo que la ciudad de Monterrey significa para mí. Probablemente todo inició a raíz del paso del Huracán Alex, quien solo vino a confirmar lo obvio, pero neciamente negado: esta ciudad ya no es la misma. Ahora, la colectividad regia (resida o no dentro del Estado) tenemos la oportunidad de llevarla hacia donde queremos.

Además de los cambios externos, producto de las violentas manifestaciones humanas y de la Madre Naturaleza observadas en Nuevo León, estoy pasando por un cambio interno. Busco un cambio que a los ojos de algunos de algunos se calificará como “drástico”, pero a mis ojos es “natural” y hasta en cierta medida “lógico”, tomando en cuenta mi edad, nivel de experiencia profesional y circunstancias personales (esto último lo puedo decir en palabras más mundanas: “estar soltera y sin compromiso”).

Una de las palabras en inglés que más me gusta es “accountability”, misma que se utiliza como sinónimo de responsabilidad, de dar cuenta, responder por, dar cumplimiento, básicamente a nivel de gestión pública o privada. Pues bien, observo y analizo (y siento en cierta medida) a Monterrey y mi entorno personal a efecto de tener en claro a quién he de rendir cuentas un futuro.

¿Quién soy? En pocas palabras una mujer muy orgullosa de su género, una profesionista infinitamente agradecida al esquema de prestaciones que Don Eugenio Garza Sada y su hijo, Don Eugenio Garza Lagüera, pensaron para los empleados del ITESM (durante preparatoria y carrera me beneficié de una beca del 90% gracias a la planta de mi mamá) y una hija de familia que solía verse, fuera necesario o no, todos los sábados (tradición que ha quedado en el pasado, en vista de que algunos de sus miembros han mudado su domicilio a otros países, o al mismo Cielo).

¿Y quién es Monterrey? Ayer, antes, durante y tras la carrera 10K del Dr. Simi disfruté cada uno de los ángulos de esta gran ciudad, que pronto renacerá de las cenizas.

Gracias al Huracán Alex y a los “famosos” pares viales, me dirigí al primer cuadro de la ciudad, donde se realizaría la carrera, por la Avenida Hidalgo. Casi al llegar a la esquina de la Avenida Juárez, un señor, con su bandera naranja en mano, me gritó que me estacionara en su lote. Entré con miedo, no lo niego, ya que era un lote pequeño y a muchos encargados de estacionamientos públicos les encanta acomodar los carros cual sardinas en lata.

Me estacioné y tuve un déjà vu que me llevó a principios de la década pasada. Ya había estado ahí. Le pregunté al encargado si conocía a un señor de más de 60 años, gordito, que solía ir en una camioneta gris, con una perra blanca con manchas cafés. “¡Claro, la Güera!”, me respondió, “su papá viene todos los sábados y se estaciona aquí con nosotros”. Coincidencias de la vida, me estacioné, sin querer queriendo, en el mismo lote donde mi papá estaciona su carro para encontrarse con “sus compadres del café de los sábados”. Me dio mucho orgullo reencontrarme con aquél admirador de la Güera, quien tiene varios años sin acompañar a mi papá a su “café de los sábados”, ya que vendimos la camioneta. Mi papá y la Güera no caben juntos en un pequeño Ford Focus. O ella o mi papá. Ambos no.

Camino rumbo a palacio municipal, donde se daría el pitazo de salida. Paso por íconos de nuestra ciudad: el restaurante La Puntada, los hoteles Ancira y Sheraton, el Museo Metropolitano. La piel se me enchinó. ¡Carajo, esta ciudad es preciosa!

A los primeros que divisé trotando, para calentar sus fuertes músculos, fue a un grupo de hombres y mujeres presuntamente de Kenia. Los conocemos como “los kenianos”, pero a nadie nos consta que sean de dicho país (bien pueden ser de otro del continente africano, pero el precio de nuestra ignorancia difícilmente lo compra el interés por aprender, o de perdido preguntar). “Ufff, esto se va a poner divertido”, fue lo que pensé. Me atrevo a afirmar que aquellas carreras en donde participan “los kenianos” es donde el promedio de tiempo disminuye, y no solo por el tiempo que ellos hacen, sino por la presión que ejercen entre los competidores nacionales, quien hacen un esfuerzo extra por tratar de alcanzar a estas gacelas humanas.

Hace unas semanas, en la segunda edición del 10K de Plaza Tanarah, me enteré que “los kenianos”, pertenecen al equipo de Trotime, mismo que es dirigido por un grupo de entusiastas deportistas regiomontanos, comprometidos con la salud de esta comunidad. ¡Muchas felicidades a Trotime por no caer en absurdos complejos de inferioridad y adoptar a este grupo de extranjeros que tienen mucho que aportar a nuestros deportistas! ¿Se imaginan qué padre que te entrene una de esas gacelas humanas?

A diferencia de “los kenianos”, yo no troté para calentar, sino que seguí caminando. Caminé al lado del Museo Marco, la Catedral de Monterrey y del Casino Monterrey y recordé, irremediablemente, las fiestas de XV años, previo a la entrada de moda de los paseos en limosina para las quinceañeras. Observé a la distancia el Palacio de Justicia y recordé mis pininos en el mundo jurídico. Si esas paredes hablaran, narrarían millones de procesos de divorcio marcado por los insultos, menores utilizados como cartas bajo la manga, engaños y chantajes. También hablarían de juicios sucesorios sangrientos, donde el común denominador son las familias fragmentadas. Aquí hago un paréntesis: considero que hay relación entre las rupturas familiares y el declive de esta ciudad. No olvidemos que esta ciudad creció gracias a las empresas familiares (… y si no es posible revivir el boom de las empresas familiares, abracemos y cuidemos la inversión extranjera).

Por fin me coloco en el “corralón”, aquél pintorezco lugar donde nos ubicados los corredores previo al pitazo de salida. Al lado de mí se localiza un grupo de señores entre los 50-65 años de edad. Probablemente son operarios, lo cual infiero por sus comentarios sobre el teje y maneje de su sindicato (… la porra los saluda….). Sus pláticas son una delicia a mis oídos, pero contengo la risa. “Está con madre el día, verdad compadre” –“Sí compadre, está con madre el día”. “¿Qué dice compadre, nos lanzamos a un maratón internacional… así como el de Nueva York?” –“No compadre, si yo con ir al de Guadalajara o al de la Laguna me conformo”. “¿Cuántos kilos trae de más, compadre” –“Como siete, compadre. Ya le dije a mi yerno, que trabaja en la panadería San José, que deje de llevar pan a la casa”. En eso llegó el compadre que andaba perdido y dice con la boca llena de orgullo: “Esto se lo pedí prestado a mi nieto”, mientras señalaba un walkman con vivos en color azul, rosa y amarillo eléctrico.

Giré a mi alrededor y observé a mi izquierda a un chico rapado, sin camisa, con piercing en ambas orejas y en los pezones (su número lo sujetó en sus shorts, no en las arracadas que colgaban de sus pezones… de buenas). A mi derecha ví a un jovenazo de mi edad, quien solía ser de los galanes que disfrutaban su hora libre en la cafetería el Borrego del Tec. Sigue siendo galán, pero con look “diez años después”. Frente a mí tenía a un rubio de casi 1.90mts de estatura, probablemente sueco o danés. Atrás tenía a un golden retriever quien sacó a pasear a su dueño.

Llegó el momento de entonar el himno nacional. Gordos, flacos, con piercing, sin piercing, morenos, rubios, proletarios, ex-a-Tec, con nietos o sin nietos: todos cantamos o hicimos el intento. ¡Esto es Monterrey, carajo! Todos somos personas. Todos sudamos. A todos nos cuesta dar esos pasos para completar los 10K. Todos compartimos las avenidas de esta ciudad, de esta vida.

¡… Y comenzó la carrera! Como powersong para iniciar este recorrido tan regio elegí “Monotransitor” de Jumbo, uno de los grupos de aquella “Avanzada Regia” de finales de los 90s.

La carrera fue una delicia: había Dr. Simis cada 500 mts. Había de todo tipo: vaquero, torero, rockero, Elvis Presley, seleccionado nacional, Cupido, de fan del Barcelona. Hubo un Dr. Simi medio cachondo que se acarició el bigote cuando me vio pasar (…. aaaahhh raza, estense quietos).

Cerca del km. 5 un señor que portaba uniforme del América me dijo: “Oiga, usted no afloja”. “No”, respondí, “no me gusta aflojar porque me estanco… Por cierto, ayer los Rayados le ganaron al América”. Y seguí mi rumbo.

Pasamos por un restaurante de cabrito. A pesar de la hora, ya se alcanzaba a percibir el aroma de este tradicional platillo. Observé al capitán de meseros, quien nos regalaba, a todo pulmón, ánimos, y no dejé de pensar que gracias ellos, a las pasadas generaciones, esta ciudad goza de cierto prestigio. Por otro lado, no dejó de llamar mi atención la actitud violenta de algunos automovilistas. ¡Caray! Era domingo de puente. Si eso hubiera sido un narcobloqueo, seguro le salía lo MachOMenos.

Llegué al kilómetro 6. Dejé de pensar. Había alcanzado la velocidad crucero y sencillamente quería disfrutar del trayecto. El americanista seguía insistiendo con su cantaleta de que “no aflojaba el paso”. Ya no le respondía. Solo sonreía. Yo corría por mí… si él me tomaba como punto de referencia para no bajar sus tiempos, pues bien por él.

Doscientos metros antes de la meta alcancé a leer 1:19:XX. ¡Wow, era mi oportunidad de bajar mis tiempos! Dejé de trotar para correr. Crucé la meta antes que el americanista y rompí un record personal. Al cruzar la meta sentí que el piso me estaba jugando chueco. Todo se movía a mi alrededor. Afortunadamente llevaba en mi cinturón dos deliciosas trufas de chocolate Cimarrón (¡arriba Chihuahua!).

Recojo mi medalla y paquete de recuperación. Solo veo caras felices. Cruzar la meta es una sensación indescriptible… aunque llegues 50 minutos después que “los kenianos”. La felicidad es la misma.

Me dirijo al estacionamiento. El encargado me despide con un sincero: “Me saluda a su papá y a la Güera”.

¡Esto es Monterrey!

1 comentarios:

justagirl dijo...

¡¡me super super encantó!! me puse nostálgica.
besos! LV

 

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